sábado, 3 de marzo de 2012

¿LAS LEYÓ?


EL NACIONAL - MIÉRCOLES 30 DE DICIEMBRE DE 1998
Tres novelas por leer
Silda Cordoliani

Que en los momentos de crisis la gente pone en juego su ingenio y creatividad (siempre que cuenten con ellas, claro está), tal como proclama Orson Welles en la escena cumbre de El tercer hombre, pareciera haberse confirmado entre nosotros con el surgimiento y constancia de algunas editoriales alternativas donde hemos visto aparecer buena parte de la más interesante y seria literatura venezolana de finales de los noventa. Tres breves novelas destacan especialmente dentro de la última producción de dos de estas editoriales: La expulsión del Paraíso, de Ricardo Azuaje (Editorial Memorias de Altagracia), Retrato de Abel con isla volcánica al fondo, de Juan Carlos Méndez Guédez, y Exilio en Bowery, de Israel Centeno (ambas de Editorial Troya).

A pesar de que más de una década separa a Méndez Guédez de Centeno y Azuaje, y a pesar de manejar estilos muy distintos, estos nombres se pueden ubicar en una misma generación de escritores que busca antes que nada desarrollar una historia capaz de atrapar y mantener el interés del lector. A esa necesidad de contar y, por supuesto, de seducir con lo contado, podría estar respondiendo la construcción a manera de "pesquisa" que presentan tanto La expulsión del Paraíso como Exilio en Bowery.

Pero más allá de cualquier parentesco propio del oficio, existen otras inquietudes relacionadas con fenómenos sociales inmediatos que vinculan a los tres narradores. Si bien ya en sus obras anteriores resultaba notorio el imaginario urbano y particularmente el caraqueño, en estas últimas de Méndez Guédez y Centeno su cosmopolitismo se extiende hasta ajenas geografías para detenerse, tal vez por primera vez en la novelística del país, en las tribulaciones del exilio, traspasando así a la literatura un problema que comienza a perturbar seriamente a la sociedad venezolana. No obstante ambos relatos son por completo diferentes. Desbordantes de un humor caricaturesco que roza lo soez, los extravagantes personajes exiliados en Bowery se dedican a perseguir afanosamente la fórmula mágica que los devuelva al ridículo poder que una vez tuvieron en el medio cultural del país que los ha desterrado: cruel y burlona parodia que insiste en mostrarnos las humillaciones y miserias de una migración no elegida.

Mucho menos delirante, la novela de Méndez Guédez imputa el exilio de su personaje central a su participación en los hechos violentos ocurridos a principios de los noventa, permitiéndose así -tal como en las ficciones de Carlos Noguera, por ejemplo- recrear emociones y acontecimientos de la más reciente historia venezolana. Infeliz y confundido en medio de su desarraigo, Claudio se enfrenta a un pasado doloroso a partir del encuentro con su medio hermano también expatriado, así como a una presente vida conyugal que lo perturba y atropella. Ante su propia mediocridad, la seguridad (superioridad) de Victoria, la esposa, resulta insoportable. No es fortuito entonces que Claudio recurra a Simone de Beauvoir (a quien admite nunca haber leído) para confesarle y dilucidar los sufrimientos de su niñez y adolescencia. Como tampoco lo será su violenta y feroz reacción (la más ancestral y conocida) contra Victoria, única respuesta que puede dar este hombre al desconcierto, plagado de admiración y de curiosidad, que le produce la mujer.

Entre otras muchas cualidades de esta novela, cabe pues destacar la sincera y evidente reflexión que arroja sobre lo femenino visto a través de las propias inseguridades masculinas. Particularidad que de alguna forma, y seguramente no de manera casual, comparte con La expulsión del Paraíso, donde Ricardo Azuaje deja escapar otra serie de preguntas que desde hace tiempo se deben venir haciendo los hombres con respecto al nuevo rol de la mujer en la sociedad. No obstante que el relato de Azuaje se centra en el problema de la escritura como hecho literario y en sus inevitables anexos: la publicación, los premios, los lectores, la promoción, el poder de los medios, la fama y el éxito que parecieran ser imprescindibles para todo escritor, en su elección de una versión nacional de las más exitosas escritoras de literatura light para exponer tales preocupaciones, se asoma un trasfondo que supera la propia anécdota. Y es que el principal atractivo de la novelística de Victoria Landa (sí, Victoria, el mismo nombre de la de Méndez Guédez) consiste en poner en entredicho todo cuanto han conseguido las mujeres a lo largo de muchas décadas de lucha feminista. En este caso, la mujer -según la Landa, alter ego de Leonardo Ochoa, narrador de la novela- erró definitivamente al autoexiliarse (autoexpulsarse) del "paraíso" que era su vida antes de acceder al mundo de los hombres.

Tres novelas y tres autores que confirman sin ningún tipo de dudas el gran vigor (y vinculación con nuestra realidad) de la actual narrativa venezolana, así como también la necesidad de sólidos proyectos editoriales que los estimulen y apoyen.

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