EL NACIONAL - Sábado 21 de Mayo de 2011 Papel Literario/3
Guillermo Morón y la comprensión del presente histórico
TOMÁS STRAKA
En 1956 un joven profesor venezolano que da clases en la Universidad de Hamburgo, publica un libro pensado para los muchachos de su país. Dos años antes, con un estudio sobre el Descubrimiento y los primeros tiempos de la Conquista, ya había alcanzado notoriedad. Es Guillermo Morón, quien inicia de esa manera la vasta empresa que se había propuesto y que en los siguientes tres lustros culminará: una historia general de Venezuela. Los orígenes venezolanos (1954) constituyen su primer volumen, pero la Historia de Venezuela, texto adaptado a los programas oficiales de educación secundaria, normal y especial (1956), puede considerarse como su borrador general.
Han pasado cincuenta y cinco años y la obra está en permanente renovación.
Aunque en el último de los cinco volúmenes que forman la Historia de Venezuela que publica en 1971, señala que ya no produciría más trabajos historiográficos, la amenaza no se ha cumplido. El ensayo, los estudios clásicos, la labor de prensa y la novelística que ocuparon sus siguientes décadas de escritor, siempre le dejaron espacio para ese amor primordial (y principal) que es la Historia. Del mismo modo, su labor como editor y promotor de investigaciones representan un aporte difícil de regatear en este ámbito. El Departamento de Investigaciones de la Academia Nacional de la Historia, que funda; los centenares de libros que publicó cuando estuvo a la cabeza de la institución, y que en muchos casos abrieron verdaderos horizontes o rescataron fuentes olvidadas (pensemos nada más en la benemérita colección Sesquicentenario o en la de Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela); o los treinta y tres volúmenes de la Historia General de América con especialistas de todo el continente, dan muestra de una labor que de un modo u otro ha influido en todos los historiadores y docentes venezolanos.
Por eso, más allá de las polémicas que sus obras siempre han generado, sobre todo en su propio gremio más que en el resto de la sociedad (que tiende a leer entusiasmada sus trabajos), o de las críticas que desde las nuevas corrientes de la Historia se le han hecho --y se le pudieran seguir haciendo-- a un investigador que nunca ha desmentido su formación e inspiración clásicas, que cita a griegos y latinos o a hombres como Bossuet, y que en ocasiones no recoge los últimos enfoques y aportes de la nueva historiografía salida de la "revolución" vivida en Venezuela por la disciplina desde los años sesenta; es necesaria una reevaluación, una relectura detenida de sus trabajos (los que escribió, y los que como gerente y promotor a otros le permitió escribir). La Historia de Venezuela que acaba de reeditar (revisada y ampliada) con los Libros de El Nacional es una estupenda oportunidad para hacerlo.
Aparecida inicialmente en 1994 dentro de la colección de Breves Historias Contemporáneas de los países latinoamericanos que publicó el Fondo de Cultura Económica, en México, el libro puede leerse como el compendio de sus Historias anteriores. Por eso su éxito --esta es la tercera edición en castellano, pero ha salido en una variedad de idiomas que van del rumano al japonés-- explica en gran medida el que ha tenido toda la obra de Morón: la ventaja de ofrecer una visión de conjunto asequible a cualquier lector. No en vano se trata de un trabajo hecho para el extranjero, redactado por un educador (Morón es egresado de la famosa promoción Juan Vicente González, del Pedagógico de Caracas, 1949) y autor de manuales de texto con muchas horas de vuelo. Los historiadores contemporáneos no solemos ofrecer cosas así.
Tendemos a estudiar problemas y no períodos, según el aserto de Lord Acton. Es un camino correcto para desarrollar investigaciones originales, que Morón mismo ha transitado en sus trabajos monográficos sobre historiografía o historia de la literatura y del pensamiento. Del mismo modo, eludimos la narración --la crónica-- como un género espurio, anacrónico y ya superado. Cosas de escritores y periodistas, o de maestros que publican manuales de texto, no de especialistas salidos de alguna escuela de Historia. Obviamente, la disciplina histórica, e incluso su principal producto, el discurso histórico, no está para echar cuentos sino para plantear problemas y comprender, en toda su dimensión, los avatares "del hombre en el tiempo", como pedía Marc Bloch.
Morón también ha comulgado con esto, tanto en su fase de ensayista como editando una multitud de obras de esta naturaleza.
El problema es que con eso dejamos desamparados al lector común. Quien lea las monografías que se han producido sobre la multitud de temas que hoy se estudian, y no tenga una formación especializada, puede quedar con una idea confusa y fragmentaria. Después nos quejamos de la poca atención que se nos presta más allá de la academia, indistintamente del boom editorial, mediático y político que actualmente disfruta la disciplina. O de la calidad de los manuales y de los yerros de los periodistas. Ni qué decir de Wikipedia y las demás oportunidades de la Web. Pero el ciudadano de a pie, que necesita ubicarse, a sí mismo y a su sociedad, en las líneas fundamentales de su tiempo, pero que ya tiene un paladar demasiado educado para un texto escolar, agradece que un experto le señale las coordenadas esenciales y que además lo haga con un texto fácil y hasta divertido de leer.
Es en buena medida lo que logró esa, digamos, "tercera generación de manuales escolares" que aparece en la década de 1950 --las dos anteriores son la de los textos del siglo XIX, y la de los años treinta y cuarenta, si los agrupamos por las corrientes historiográficas y didácticas que los animaron-- y que rápidamente son leídos por todos los venezolanos: el citado de Morón, y el de J.M. Siso Martínez, aparecido un poco antes, en 1952. Aquel que entonces quería tener una idea del estado de la cuestión de la historiografía, la encontraba en ellos. Hoy el concepto de los manuales escolares ha evolucionado en diseño, redacción y producción. Generalmente son elaborados por equipos multidisciplinarios (jefes de edición, equipos de redactores, diseñadores, asesores pedagógicos) y en vez de un digesto de los grandes libros, se los concibe como un material instruccional. Lo que aumenta el desamparo de los lectores no especializados, porque ya ni siquiera tienen a los manuales de texto para leer.
Otro tanto pasa con las historias generales. Que Morón haya sido el último --hasta ahora-- en asumir en solitario un proyecto de esta naturaleza, dice mucho del desarrollo de la disciplina desde la década de 1960: sus extraordinarios avances al mismo tiempo generaron reservas --y a veces hasta anatemas-- por las historias generales. El volumen de información con el que contamos previno de las generalizaciones, sobre todo cuando las existentes demostraron ser en extremo imprecisas y simplificadoras. En rigor ya con ellos podríamos (deberíamos) escribir otra historia general, al menos un esfuerzo de integración. Es impresionante la distancia entre lo que se maneja en la academia y lo que conoce el ciudadano común. Por eso el camino actual es el de las obras colectivas. Pero los cuarenta años de especialización pueden conspirar en contra de ello, y cuando se convoca a varios historiadores para que cada uno escriba una parte, es notable su dificultad para salir de los específicos campos de su interés. Salvo la existosísima Historia mínima de Venezuela que coordinó Elías Pino Iturrieta en 1992, que sigue siendo un modelo y que aún buscan desesperados los estudiantes en anaqueles de los que desapareció hace años, los ejemplos alentadores son pocos. El descomunal récord de ventas de esta obra colectiva, que fue un verdadero best seller, así como el más reciente de la historia general de la república escrita por Rafael Arráiz Lucca --Venezuela: 1830 a nuestros días. Breve historia política-- demuestran hasta qué punto el colectivo está ansioso de estas obras de espíritu didáctico y carácter general. Esto habla de lo oportuno de esta edición de la Historia de Morón.
Pero dijimos más arriba que si bien puede identificarse su conexión con las grandes y prometedoras obras de cincuenta años atrás, sigue siendo una obra en renovación.
Tal vez la novedad más significativa del libro es su último capítulo, "El presente histórico (1989-2009)", y no sólo por haber sido escrito para esta edición. Naturalmente, la recepción historiográfica de este lapso es en sí una novedad: con ella, podría decirse, terminan de entrar a la historia (o al menos al discurso histórico) los años que van del Caracazo a la hora actual de Hugo Chávez. También demuestran la utilidad de reunir los datos, organizarlos en un cuadro general y ofrecer una narración.
Si alguien quiere hacerse una idea del desmoronamiento del régimen anterior y de la llegada y consolidación del actual, una de las vías más rápidas y sencillas se encuentra en estas páginas. Pero más significativa es la idea en sí de analizar el presente con sentido histórico. Aunque la "historia inmediata" está en boga, y los requerimientos del momento y de los medios han obligado a muchos historiadores a practicarla, aun inconscientemente, no se trata de una propuesta que está del todo clara.
Por eso merece atención la idea de "presente" que ofrece un historiador. Generalmente asociada al pasado, pocos reparan en que el tema de la Historia es, en igual proporción, el presente, ya que éste es el que señala los problemas a investigar. El famoso aserto de Benedetto Croce sobre su reescritura por cada generación responde a eso. Morón ya se enfrentó al "horror por lo contemporáneo" en su edición de 1994. Entonces, por ejemplo, incorporó un muy poco complaciente ensayo sobre la figura de Rómulo Betancourt, cuya trascendencia histórica ya empezaba a perfilarse por aquellos días. A pesar de las diferencias que siempre lo distanciaron de él, Morón la entiende y asume. Lo contemporáneo es una noción que entró a la historiografía en la década de 1960, y que aún genera debates. ¿Cuándo comienza la contemporaneidad? La definición que Pino Iturrieta ofrece en su también muy vendido Venezuela metida en cintura sigue siendo, a nuestro juicio, la mejor: cuando aparecen "los signos que nos hacen peculiares en relación con lapsos precedentes".
¿Cuándo lo contemporáneo empieza a ser inmediato? El presente histórico propuesto por Morón más o menos integra a los dos, saldando cualquier debate. Desde 1989 percibe esos signos propios de nuestro momento y que nos diferencian de lo anterior, aunque aún hay problemas para identificarlos bien, y "la vertiginosa cantidad de cambios" experimentados, "torna difícil su análisis desapasionado, sobre todo para el historiador que se vale del sosiego y del descanso de las fuentes a lo largo del tiempo como herramienta para observar el pasado" (p. 323).
Por eso se limita a consignar los principales hechos y datos en una narración y una explicación común. Es lo primero que siempre debe hacerse. Es lo que a otros les permitirá estudiar problemas específicos. Es de las más viejas y de las más nobles funciones que tiene el historiador. Y es lo que a los venezolanos de hoy nos está ofreciendo Guillermo Morón.
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