De esta inmensa plaza rectoral
Luis Barragán
Casualmente, nos hallábamos en la Plaza del Rectorado de la UV cuando observamos la progresiva trifulca en su más lejano costado. Un número nada impresionante de muchachos, afilados por el sol de la mañana, salieron intercambiando sendos golpes de la sede de la Federación de Centros.
Los más, oficialistas ensoberbecidos y transidos de una augusta vanidad callejera, agredieron a los menos, opositores que debieron correr, incluyendo a la muchacha que recibió un cobarde puñetazo en fracciones de segundo por el grandulón rojo-rojito. Después, todo volvió a la aparente calma frente al reloj trenzado por la pancarta o pendón gobiernero.
La comunidad universitaria no respondió ese día o en los siguientes, frente al testimonio de agresión injusta y la afrenta al patrimonio histórico y cultural sintetizada por el reloj. Puede decirse que hay una falla del liderazgo estudiantil que no logrea sensibilizar al estudiantado, como también apuntar a la apatía, displicencia, indiferencia y “pata-e-rolismo” de una comunidad que esconde la cabeza cobardemente.
Macondo apagado y apagonado, incursión urbana hacia la premodernidad, colapsa el sistema eléctrico caraqueño que afecta a todos por igual: gobierneros y opositores, ricos y pobres, viejos y jóvenes. Silenciosa, apresurada, los citadinos se resignaron al apagón a sabiendas que no se debe a fenómeno natural alguno.
Las redes sociales quedaron pobladas también de quejas contra la dirigencia y hasta se llegó a preguntar concretamente por determinados diputados, en tiempo récord. Desde las peligosas trincheras de internet, muchos reclamaron lo que no pueden dar y, a pesar de los esfuerzos que conocimos de amigos o compañeros, no fue posible ni el más descuidado decibel de un cacerolazo. Luego, para finalizar, ¿no estamos en una suerte de inmensa plaza rectoral?.
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