sábado, 9 de abril de 2011

CELEBRACIÓN DE UN LEGADO


EL NACIONAL - Sábado 09 de Abril de 2011 Opinión/7
El hombre que pensaba diferente
SERGIO DAHBAR

Daniel Bell, profesor de sociología de Harvard, murió a los 92 años de edad, el 25 de enero pasado. Puede parecer un dato casual, pero no lo es. Numerosos obituarios han recordado la trascendencia de su pensamiento, el cambio que tomaron sus ideas a medida que avanzaban los años y la personalidad que lo acompañaba. Uno de los trabajos más interesantes es el del historiador Mark Lilla, que fue su alumno en Harvard.

Lilla rememora su relación con Bell a partir de los dioses en los que ambos creían y los decepcionaron. A Bell le falló el Dios del socialismo marxista. A Lilla nada menos que el gran padre de los cristianos. Desde esa condición de creyentes traicionados, Lilla compone el perfil de Bell.

Como afirma Lilla, Daniel Bell se convirtió en un hombre político a los 13 años. Era un judío de Nueva York y en ese momento se preparaba para el Bar Mitzvah. Le dijo a su rabino que era socialista y que ya no creía en Dios. El rabino lo miró: "Tú crees que a Dios le importa".

Pero Bell nunca fue un comunista. Apenas se había unido a la liga de jóvenes socialistas, comenzaron los juicios de Moscú, Hitler y Stalin firmaron un pacto y después apareció Trotsky con un pico de hielo en el cráneo en su residencia mexicana. Como repite Lilla, las ilusiones de Bell fueron intelectuales y breves.

El marxismo ayudaba a encontrarle sentido a un presente que parecía carecer de explicaciones confiables. Los creadores de sistemas del siglo XIX se especializaron en pensar la historia, el presente, lo que vendría, como una unidad en donde todo encajaba.

Entonces, Marx fue recuperado a partir de la Revolución Rusa y los manuscritos de 1844.

Marx tuvo sus seguidores, entre los que vivió por un período corto Daniel Bell. Pero rápidamente se convirtió en un hombre comprometido con los liberales en la Guerra Fría. Su objetivo era oponerse férreamente al comunismo totalitarista. No era un problema de caprichos: Bell creía que la idea de querer interpretar la sociedad con un conjunto de ideas inquebrantables era equivocado.

Estaba claro en que todo importa cuando analizamos la realidad, pero no todo se conecta. Por eso se dedicó a escribir que las sociedades modernas son plurales. Su naturaleza posee diferentes esferas de actividad (política, técnica, económica, cultural) y, como afirma Lilla al recordar el pensamiento de Bell, "operan a diferentes lógicas, cambian de acuerdo con diferentes tasas, y pueden chocar entre ellas".

Entendía la religión como una experiencia social. De la práctica religiosa judía tomó la convicción de que la sociedad les da a los individuos la sensación de tener un significado. Pero eso es posible si antes les ofrece una pertenencia a una comunidad con unas raíces profundas. De ahí que este sociólogo planteara que toda sociedad sana necesita alguna clase de ortodoxia.

No era ingenuo. Entendía que las ortodoxias son inestables. Y traen en su interior heterodoxias y herejías que las destruirán, como señala Lilla. Gershom Sholem, otro de los dioses de Bell, decía que "una casa muy ordenada es una cosa peligrosa". Gran verdad.

Así explicaba este filósofo el afán mesiánico de la historia judía. Y así pensaba Bell que se podía explicar el mesianismo político de Occidente.

¿Por qué era atractivo el marxismo? Respondía: "Porque ofrece el momento emocionante de transgredir la propiedad burguesa y la seguridad de una redención escatológica mediante la revolución".

Bell era un pensador que no dejaba muñecos con cabeza.

George Lukacs, ese rico judío de Budapest, esteta nietzscheano y comunista irrevocable, no se salvó. Bell lo consideraba una figura ejemplar del siglo XX, aunque también sabía que era un comisario del comunismo húngaro.

Bell reconocía por qué Lukacs era atractivo para la intelectualidad occidental: "Su pensamiento es el rechazo del sentido común y la moral convencional, la creación de una doctrina esotérica y una fe gnóstica para una élite cerrada". Y remataba: "Qué profeta no es un comandante militar en sus sueños". Así nomás.

Daniel Bell era otro contemporáneo más que supo sobreponerse por encima del dogma de las focas y pensar independientemente, con lucidez. Hay que celebrar su legado. Semejante lucidez resulta escasa en estos días.

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