sábado, 12 de febrero de 2011

(a) puesta al día


EL NACIONAL - Sábado 12 de Febrero de 2011 Papel Literario/1
La espiral incesante. Lezama y sus herederos
"Es la oscuridad la que alienta el trabajo de la comprensión, la que dinamiza la persecución del sentido que el intérprete debe iniciar".
Rafael Castillo Zapata
GINA SARACENI

La espiral incesante. Lezama y sus herederos, de Rafael Castillo Zapata, se inscribe en una estela de libros anteriores del autor: Fenomenología del bolero (1992) , El semiólogo salvaje (1997), El legislador intempestivo (2006), en los que Castillo Zapata muestra cómo la crítica se hace cargo de la herencia cultural y literaria; qué significa enfrentar y afrontar la deuda que todo crítico tiene con sus padres literarios; cómo estar solvente --si eso es posible alguna vez-- con ese corpus/cuerpo que llevamos a cuesta y frente al que podemos responder sólo a través del ejercicio hermenéutico siempre aproximado y tentativo que nos hace deudores de lo que leemos.

La obra de Castillo Zapata sobre el bolero, Barthes, Mariño Palacios y, ahora, sobre Lezama Lima y el grupo Orígenes; sus seminarios sobre Walter Benjamin, Jacques Derrida, Gilles Deleuze y Félix Guattari; su tesis doctoral inédita (2001) sobre Guy Debord y el situacionismo francés, conforman, en conjunto, una muestra de cómo el ejercicio crítico es un ejercicio de testificación de un legado, de cómo no hay crítica sin herencia y sin heredero que testifique por ella. En este sentido, cada uno de sus libros y cada uno de sus cursos, son propuestas de lectura para enfrentar el trabajo de interpretación que supone hacerse cargo de un legado, de su continuación, su rescate, su conmemoración.

En Castillo Zapata la crítica representa una puesta al día de los contenidos de ese corpus que elige heredar; un homenaje a esas figuras que trazan y determinan el devenir crítico de su lengua pero que también desatan puntos de inf lexión, perplejidades, preguntas que hacen que el heredero-Rafael se confronte con la oscuridad que todo mandato tiene sin por eso abandonar el desafío que supone descifrar su secreto. Sus recorridos por los corpus que elige atravesar son verdaderas aventuras donde la dificultad, el reto, el intento, la caída se asumen con la honestidad de quien sabe que no hay otra forma de aventurarse sino corriendo el riesgo de extraviarse.

La espiral incesante es una incesante aventura por tres espacios complementarios y conectados: por un lado, es una lección teórica sobre la herencia, su transmisión y su testificación; por el otro, es la muestra de cómo opera la herencia literaria en la formación de un grupo literario específico de la literatura cubana contemporánea; por último es la muestra de cómo Castillo Zapata hereda el legado origenista y testifica por él. En la misma medida en que el libro despliega teóricamente los mecanismos que articulan el proceso de la herencia como ejercicio interpretativo por parte del heredero, en esa misma medida, muestra, a través de la figura de Lezama Lima y de la familia origenista, las implicaciones poéticas y políticas de la "estela testamentaria" que ellos conforman como grupo y como corpus literario de "remisiones y transmisiones, como estructura de continuidad y ruptura, de repetición y diferencia" (11).

"La figura paterna" dice Castillo Zapata, es, sin duda, "una presencia recurrente en toda escena de legación y delegación de la herencia y su consideración es imprescindible para comprender cómo se organizan los procesos del trabajo testimonial". Por lo tanto, la escena propicia de la herencia es la escena de la muerte donde un predecesor se ausenta y "deja vacante un lugar que debe ser llenado de diversas formas (...) por los deudos, parientes que lo sobreviven (...) y que son conminados a trabajar en el vacío que deja la ausencia, conminados a dar continuidad y sucesión al desaparecido que pide su rescate conmemorativo" (17).

La herencia que se activa como máquina de transmisión tiene lugar entonces a partir de la experiencia del duelo que implica, de parte de los deudos, el rescate de un mandato con la finalidad de mantenerlo vivo a través de su actualización y relectura. En esto consiste la tarea de los sobrevivientes. Pero enfrentar el legado significa también --y aquí Castillo Zapata es heredero de Derrida-- enfrentarse con "un oscuro, un enigma, un secreto" (28) que es necesario aclarar.

Resolver ese nudo, intentar penetrar esa zona misteriosa que atraviesa toda herencia, significa, de parte del heredero, la transformación de sí mismo porque "la empresa de testimoniar es ya la empresa de la transfiguración de los que testimonian" (29). Pero esa transfiguración no atañe sólo al testigo sino también al legado por el que éste testifica: descifrarlo, ahondar en ese "oscuro", en esa dificultad que lo recorre, significa reconstruirlo con los riesgos que esto supone "con respecto a la integridad del legado, la fidelidad de la lectura, la tentación de corrección y tergiversación, (...) la legitimidad, la credibilidad y el crédito, la fe la confianza" (30). El heredero entonces, como hermeneuta de un secreto, está atrapado entre la fidelidad a un mandato con el que está en deuda y al que desea conservar del modo más fiel, en nombre del antecesor que se lo legó, en nombre del padre, y la traición a ese mandato dado que la única manera de renovarlo es a través de su interpretación y transformación.

Pero hay una última arista con la que es necesario hacer cuentas en este proceso de transmisión de una herencia y es que "el secreto", que lo atraviesa, dice Castillo Zapata, "puede permanecer secreto, resistente a la comprensión, y abrirse de este modo, a una interpretación infinita en la cual no es posible dar con ninguna certidumbre definitiva, ni contar con ninguna garantía de acierto o prueba o desacierto" (31-32).

Este saber impotente o este saber como potencia infinita de sentido es lo que la herencia lega: su apertura incesante a devenir y a proliferar, esta disponibilidad a una infinita apropiación o más bien, a una apropiación imposible e infinitamente postergada.

Con este saber precario e incierto Castillo Zapata enfrenta el legado lezamiano y origenista. Como heredero que reconoce el carácter tentativo de su empresa, se confronta con esta obra inmensa que constituyen Lezama y sus discípulos, para ver de qué modo ellos, como familia, asumen la tarea de escribir en nombre de sus padres --Martí y su propio padre para Lezama, Lezama para sus hermanos e hijos-- con la finalidad de perpetuarse en el tiempo y de edificar, en función de un ideal estratégico de comunidad y civilidad, el testamento de su propia empresa poética y política. En este sentido, sus obras conservan y actualizan el legado a la vez que se instalan en un tiempo futuro donde permanecen abiertas a una revelación póstuma.

Repetición como diferencia es lo que conforma el legado y Castillo Zapata se deja llevar por esa "espiral incesante" que son Lezama Lima, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Lorenzo García Vega para entender "los complejos mecanismos mediante los cuales el trabajo de un grupo de poetas incide políticamente en su sociedad" (12); es decir, cómo la poesía configura una política capaz de regenerar la nación a partir de una revisión de sus medios expresivos, lo que muestra las profundas implicaciones entre ética y estética, política y poética: "La poesía como ciudad en la que el hombre puede vivir, participar; la poesía es la que prepara proféticamente (...) la ciudad posible, la ciudad futura" (64-65).

En La espiral incesante. Lezama y sus herederos Castillo Zapata testimonia sobre el legado lezamiano, sobre los modos cómo los discípulos de Lezama conservaron, interpretaron, corrigieron, alteraron el mandato del padre.

Pero este libro es también el testimonio del propio Castillo Zapata sobre la deuda que su ejercicio crítico tiene con el corpus origenista, sobre la tarea inagotable que significa hacerse cargo de esa familia de escrituras que lo convocan como un heredero más para que cumpla su propia travesía por el continente del padre y para que inscriba en él su propia palabra. Palabra que, en el caso de Castillo Zapata, es una palabra incesante que sigue una economía particular de la lengua que deviene estilo y potencia poética.

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