lunes, 13 de diciembre de 2010
¿otra clave de bóveda?
EL NACIONAL - Lunes 13 de Diciembre de 2010 Escenas/2
El protagonismo de la lengua
PALABRAS SOBRE PALABRAS
LETRAS
FRANCISCO JAVIER PÉREZ
La ignorancia, la ingenuidad o la mala voluntad hacen creer que los levísimos cambios que en materia de gramática y ortografía proponen las Academias de la Lengua, los especialistas o los estudiosos ilustrados en las materias del idioma, responden a impulsos caprichosos o a gestos de vana superioridad.
Nada más falso y nada más inexacto.
Si pudiéramos comparar cualquier gramática moderna con alguna de las antiguas veríamos que se ha avanzado muy lentamente y con una cautela de exagerado seguimiento, al punto de parecernos que todas las gramáticas elaboradas en la tradición occidental para cualquiera de sus lenguas no son sino una prolongada continuación de aquella genial obra que firmara Dionisio de Tracia. Para nuestra lengua, todas las posteriores, exceptuando la de ese renovador impenitente que fue Andrés Bello (al que tanto se califica de conservador) y que en 1847 hace publicar la gramática más prodigiosa del español. Su iluminadora nomenclatura de los tiempos verbales vino a asentarse más de un siglo después.
En cuanto a terminología, es la lingüística la ciencia estrella en edificarse a partir de nombres nuevos para viejos fenómenos y de términos más exactos para los procederes más comunes. Nada, pues, tiene que asustar si cada nueva obra o cada nuevo proyecto busca su propia lengua técnica como manera auténtica de nominar los procesos y como carta de identidad en el concierto de las escuelas teóricas o de los rituales de originalidad que practica.
La ortografía de nuestra lengua ha sufrido a lo largo de sus siglos de historia las transformaciones naturales producto de las exigencias de los propios cambios en la lengua. Nada ha sido caprichoso o injustificado. Al contrario, si revisamos sin pasión veremos que se ha querido hacer más coherente el sistema como preservación del rasgo de cercanía virtuosa entre nuestra escritura y nuestra pronunciación (con el riesgo que supone hacer calzar lo oral con lo gráfico). Felices o no, los cambios en la ortografía no responden hoy, como quizá en el pasado, a imposiciones dogmáticas o a la soberbia purista de algún santón lingüístico. Seguir esa vía crítica es no entender lo que se hace desde la ciencia del lenguaje y, menos, desde las Academias de la Lengua.
Significa insistir en un anacronismo científico y significa seguir asumiendo nuestra condición de hablantes sometidos a los rigores de un poder que nadie tuvo ni tiene sobre la lengua. Sólo la fuerza de la lengua impone e impulsa cambios.
Las reacciones surgidas sobre la reciente ortografía de las Academias no hacen sino confirmar estas situaciones y dejan al desnudo lo mucho que desconocen esos falsos profetas y esos vacuos sufridores de la lengua que han visto la oportunidad de figurar a cuento de críticas sonoras e insulsas.
Cuando la Nueva Ortografía se conozca, sé que desconcertará por su solidez y ciencia a esos profetas vacuos y a esos sufridores de mentira. En contraste, la sobriedad del usuario común sigue cautivando.
Alegra, pues, saber que la lengua se ha hecho protagonista en nuestra vida pública, restándole espacio a la aburrida temática política del país; y satisface entender cómo seguimos siendo una nación para la que los asuntos de la lengua interesan en demasía.
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